lunes, 15 de septiembre de 2014

Cemento

Pobre James, qué mala color me ha cogido.
Recuerdo haber sido del Real Madrid, sufrir por las dos ligas perdidas en Tenerife con aquel Buyo (decís de Casillas, pero tela) correteando como un muñeco de videojuego entre los palos. Recuerdo el éxtasis de las cinco ligas seguidas imposibles de la "Quinta del Buitre", la séptima redentora, que fue la de la comunión del club con la era del color. Luego vino Zidane, la leyenda, una hilandera sobre el césped. Le vi varias veces en el Bernabeu, muy cerca de la hierba y no creo que jamás contemple un espectáculo semejante en un campo de fútbol. Jugaba con el tiempo detenido, a 48 fotogramas por segundo, como el plano secuencia semicircular de Mátrix.

A Zidane lo trajo Florentino un año después de convertirse en presidente (verano del 2000) con aquel eslogan con el que tanto nos aburría Valdano: "Zidanes y Pavones". Todos sabemos que pavones salieron pocos, afortunadamente. Tampoco Zidanes, aunque sí un racimo de futbolistas cada vez más caros que el club se obstinaba en contratar por más dinero del que parecían valer, como ese paleto que emborracha de balde a todo el pueblo para que se enteren de que le abulta la cartera.

Florentino llegó al Real Madrid en pleno apogeo del aznarismo. En realidad, es un pelo más del bigote de Aznar, quien justamente en 2000 revalidaba mandato (esta vez por mayoría absoluta) tras haber lanzado en su primer cuatrienio esa ley del suelo tan generosa con el ladrillazo, la hipoteca de importe creciente, el mausoleo de obra pública y todo lo que ha venido después: Zapatero papando moscas en los córners de la Champions de la Economía y Rajoy viendo la vida pasar en su escalera sin peldaños que conduce una y otra vez al mismo piso.

Pérez es un personaje tan intensamente aznaresco que difícilmente olvidaremos el abrazo pornográfico que se dieron ambos en la final de Lisboa contra el Atlético. Curiosamente no es el primero que captó las posibilidades combinatorias del cemento y el fútbol. Ya lo habían hecho Gil, Núñez y otros muchos personajes de medio pelo por toda España, e incluso su antecesor: Lorenzo Sanz. Sí cabe atribuirle a Florentino Pérez la conversión de los prosaicos aparejos del ladrillo en feromonas atractivas para la hermosura.

Con el presidente de ACS ocupando el pivote del palco, el Real Madrid empezó a dejar de existir como cosa del fútbol. Los aduladores y pelotas de toda la vida perdieron interés por el color blanco a medida que lo ganaban por el verde del dinero. En ese palco se repartía más turrón que en los consejos de ministros y lo sabía toda España. Palurdos de todas las provincias contrataron despavoridos su palco VIP, algo así como un cuartucho trastero junto al gran salón de palacio, lo suficientemente cerca de “El hombre” como para devorar los huesos de alguno de los chuletones de obra pública que se asaban al calor desprendido por las estrellas galácticas. 2 ligas y una Copa de Europa es el magro bagaje deportivo de aquel Florentino I, entre otras menudencias que se escriben con prefijo “Súper”.

La victoria de Zapatero en 2004 enfrió temporalmente ese edén alicatado hasta el techo. Tanto que en 2006 dimitía Florentino, siendo sustituido por el refrán “otro vendrá que bueno te hará”. A falta de mejores argumentos, la fulera peonada de Ramón Calderón y Pedja Mijatovic (incontestable héroe de la séptima) se aferró al fichaje estrambótico (y ridículamente caro) para ordeñar el oro blanco, aunque también de buenos jugadores, pagados siempre a precio prohibitivo, claro. A falta de una empresa como ACS como casino de la franquicia, su negocio carecía de ornamento arquitectónico alguno. Líneas puras y funcionales: el cerdo era el fútbol. ¿El palmarés? 2 ligas y algún litro de “Súper” para rellenar el depósito.

En 2009, tras aquella asamblea y el turbio episodio del voto por correo que forman parte de las escenas eliminadas del montaje final de “Uno de los nuestros” (Curiosamente había un Luis Bárcena -sin "s" final- merodeando por ahí), se instauraba el reinado de Florentino II, que hasta la fecha ha dado a luz 3 ligas, 2 copas del Rey y una Champions, que le sirve para empatar en este deífico cajón de la vitrina más crucial para el madridismo con, agarraos, el ¡Lorenzo Sanz! de Ognjenovic, Secretario, Jarni, Baljic, Anelka, Geremi o Karembeu. No, no hace falta que me recordéis lo importantes que fueron estos tres últimos en la octava, que me acuerdo. Seguro que hubieseis apostado vuestra cuenta de ahorros a que semejantes paquetes iban a hacer tantos goles con tantas uñas. Ya.

Para no tocar el siempre espinoso asunto de Mourinho versus Casillas versus Diego López versus jugadores del Barça... con mierda a saco en plataformas variadas, desde redes sociales a tertulias, acudo directamente a este verano y a su relación con un tema que saltaba recientemente a la prensa: fichaje a finales de julio de James (80 millones), por un lado, y contrato por valor de 692 millones de euros para que ACS construya una autopista en Colombia (la primera que consigue en ese país en la historia de la empresa) además de la explotación en régimen de concesión durante 25 años.

Reacción observada: miles de madridistas en Twitter o en los comentarios de los digitales presumiendo de que el fichaje está con esto más que amortizado. Qué listo es Tito Floren. Es un cruce de dios y Nacho Vidal.

Para que yo me entere. Resulta que ACS, con su presidente y consejero delegado a la cabeza, con los famosos Albertos (los ex de las Koplovitz de las gabardinas) y la incansable familia March formando el triunvirato de máximos accionistas, va a firmar un negocio de 9 cifras de ingreso en Colombia gracias a una gatera previa de 8 cifras de gasto que podría haberle abierto a la empresa el fichaje de un chaval de 23 años cuyo traspaso y nómina pagan los socios y aficionados del Real Madrid con el apoyo a su color blanco.

Explicadme dónde está el negocio porque a veces me pierdo.

¿A tal grado de ceguera ha llegado el seguidor medio del fútbol de élite actual que algunos, ni siquiera como paganinis del invento que son, saben distinguir entre los que plantan los tomates, quienes los riegan y quienes se los zampan?

Florentino Pérez, el hombre que instaló la caseta de obra dentro del palco y la adornó con azafatas que te arropan con una mantita y te sirven whiski de 12 años y jamón de bellota, vuelve a las andadas, ahora como hombre bala de cañón y su salto mortal con doble tirabuzón carpado hacia atrás, una burda operación de marketing deportivo-nacional, un guiño irresistible a un país que se derrite al ondear de su bandera tricolor y cuyo beneficiario último es ACS (no el Madrid, ¡ACS, coño!).

Este número circense de nueve cifras se ha cobrado una víctima cualificada: la venta de Di María al Manchester United para cuadrar los balances del club, a uno de los jugadores más sorprendentes, decisivos, incómodos para el rival, trabajadores y en forma del mundo, eso sí, a la “irrecuperable” edad futbolística de 26 años. Ha cambiado a este feo fideo, decisivo en la décima, por un chaval cuyo parte de guerra se ciñe a cuatro partidos decentes, con rivales de la talla de Grecia, Costa de Marfil y Japón. Por un chaval cuya mayor cualidad va a resultar que era ser colombiano. Ni Florentino Pérez sabe tan poco de fútbol, señores.

Operaciones de esta zafiedad me inclinan más cada día que pasa hacia mi Dépor y sus miserias del "13 rue del percebe" y menos hacia un Real Madrid del que yo solía ser, con el que acostumbraba a sufrir -menos- y gozar -más-. James Rodríguez no ha venido al Madrid para vender camisetas fucsia entre una nueva hinchada latina que despreciarían con toda su alma los ultrasur, tampoco porque una revista para adolescentes le considere entre los 10 más atractivos de no se qué hemisferio, región o Continente a fin de ponerlo a vender cuchillas de afeitar. James no ha venido al Madrid por su juventud o su descaro (que tiene de las dos). Era la llave que abría Colombia para ACS, la prueba definitiva de que este Real Madrid de Florentino II es de cemento, una simple impresora de billetes que se deslizan accidentalmente hacia la caja fuerte de una constructora.

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