jueves, 3 de febrero de 2011

Escartinenstein

Sobrecogido y ansioso estoy ante el partido amistoso que nuestra selección sub-21 va a disputar en el Pedro Escartín contra Dinamarca el próximo 8 de febrero a las 8,30 de la noche, aunque todavía espero la guinda del pastel: que sea televisado. Ayer, Luis Milla y el presidente de la Federación regional de fútbol, Antonio Escribano, se acercaban a Guadalajara para promocionar el partido por si algún Jeremías Johnson no se había enterado del evento después de los reiterados anuncios, artículos de prensa, cartelazos a color y generoso sorteo de entradas en las teles locales.


En el último partido de liga en el Escartín, crucé apuestas con mis compadres de butaca sobre el destino de la grada de La Piña, cuya demolición no está ahora tan clara a juzgar por las últimas palabras del concejal de Deportes.

Al echarle un vistazo a la cabina que instalaron para la venta anticipada entre los abonados (todavía no lo comprendo pero nos han obsequiado con precios especiales) concluí que la respuesta no estaba siendo mala pero tampoco para tirar cohetes. Alguien más se debe haber dado cuenta, por lo que el derribo podría quedar aplazado hasta nueva orden si la demanda de entradas no justifica la instalación de dos gradas supletorias, una tras la portería y otra en el lateral. Conclusión: muy posiblemente los muchachos de La Piña vayan a seguir en el exilio porque si hay que escoger saldrá ganando el lateral, porque se ve mejor el fútbol y porque da mejor en la tele.

Los precios son buenos, sí. La selección tiene un plantel de futbolistas sobresalientes, sí. La promoción está siendo abundante, sí. Pero esto es Guadalajara, amigo Milla. La tierra del "espérate que conozco a uno que conoce a otro que nos las regala". La tierra del todo gratis. La tierra del ¿pagar yo? Antes pago por no pagar.

Pero además está el estadio. Salvo los dos mil y pico que bajamos con asiduidad al Escartín, nuestro campo repele en lugar de atraer a cualquiera que tenga un par de ojos en la cara. Por mucha grada supletoria que pongan, el personal da un paso para atrás cuando no le ofrecen comodidad. Hoy por hoy, el Escartín es un freno para el público, juegue el Dépor, la sub-21, el Brasil de Garrincha, los Allblacks o los Harlem Globetrotters que vinieran a exhibirse.

Nuestro campo es un truño de tal calibre que van a tener que cerrar la boca con unas tenazas a Mata, Javi Martínez, Canales, Bojan y Capel cuando crucen la reja trasera en su autocar de lujo. Porque una cosa es un estadio chiquitín pero recoleto, estilo La Balastera, El Toralín, el Nuevo Vivero, el Ruta de la Plata, el Reino de León o Lasesarre, por citar algunos de los muchos que hay por España. Otra diferente es vestir a la mona con tablas y tubos para que tenga pinta de envoltorio digno de recibir al equipo B de la Campeona del Mundo.

Agradezco las habilidosas negociaciones de quien quiera que le haya colado a la Federación y a Milla este golazo por la escuadra (para algo habrá servido que Germán Retuerta frecuente Las Rozas). También la pasta que la RFEF se va a dejar en que el césped quede como una alfombra para que nuestros internacionales -algunos absolutos y muchos de ellos jugadores de clubes de primera- no se partan las tríadas en el calentamiento. No me olvido de los focos nuevos, cabina cerrada para evitar que a los periodistas se les congelen los dedos, la potente megafonía que sonó como los ángeles contra el Atleti B (no sé si se quedará) y otra serie de parches que va a recibir el Escartín gracias al evento.

Más difícil aún será que se nos olvide si lo televisa Teledeporte o, mejor, La 1 de TVE. Así toda España podrá contemplar que el "estadio" del Dépor es un monumento a la altura de El Partenón, las pirámides mayas o el castro celta de Santa Tegra, una puta ruina que sólo se puede arreglar con dinamita y piqueta o con algo de imaginación: visitas guiadas para grupos de japoneses. El martes, nuestro entrañable Escartín será una mezcla de las costillas amputadas de Cher, las orejas en el cogote de Mickey Rourke, la piel lavada a la piedra de Michael Jackson, los labios Oscar Mayer de Karmele Marchante, los globos viscosos de Yola Berrocal y la poblada selva frontoparietal de Berlusconi.

Si Mary Shelley levantara la cabeza se animaría a escribir una segunda parte de Frankenstein, que llevaría por título Escartinenstein.

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