lunes, 7 de marzo de 2011

Una hora menos en Canarias

Dépor-Vecindario. Mañana de domingo. Resaca de carnaval. Calor al sol. Frío a la sombra. Bastante silencio. Horario extraño a causa del rival canario. Ocasión de oro para escalar puestos por la derrota del Celta B el sábado en La Coruña. Contrario asequible. No valen excusas.

Empieza el partido. Ocasiones a espuertas. La primera de Iván Moreno prontito. Otras después. Si no me falla la memoria dos de Juanjo y una de Aníbal, quizá alguna más. Así hasta cuatro claras en la primera parte. Pero nada. Más en la segunda parte. Una de Juanjo a puerta vacía y la tira fuera hacia el lado donde estaba el portero, por si acaso iba dentro. Antes de ese milagro había fallado Oya el primer remate de la misma jugada. Nada, nada y nada. El centro era una autovía marcada aún a 120. Más, el centro era una autopista alemana sin limitación y el portero había metido los guantes en un cubo de aceite de oliva virgen mezclado con gel de baño.


Tuvo que llegar Ernesto y arreglarlo en una jugada personal, chupándose a un par de mendas y yéndose hacia el centro, defendido por la Marina andorrana. Era el minuto 60. Exactamente una hora después de empezar el partido el Dépor empezó a arreglar lo que no había sabido resolver antes y luego aumentó la cuenta. Me alegra la victoria, claro. Me satisface a medias el resultado. Se me antoja corto, cortísimo. Fue de esos partidos que deberías haber ganado por seis cero y que se te pudo complicar, y mucho, si un pase al hueco al final de la primera parte no lo hubiera resuelto Saizar en un mano a mano magistral contra un tal Poncho. Si lo llega a meter hubiésemos pasado dificultades para ganar, o para puntuar. Apenas nos acordamos, pero así fue, por increíble y anecdótico que ahora parezca.

El Vecindario fue ayer una excursión de monjas que vinieron a pasar la mañana a la meseta. Se debieron ir contentos con el 3-0 porque saben que jugaron para mucha más diferencia. Y para que el partido hubiese muerto y bien muerto una hora antes, la hora de diferencia que hay con Canarias. Ayer nuestro reloj era el de Dalí en versión Casio de bazar libre de impuestos. Se nos derretía en las manos viendo cómo fallamos ocasiones que meten hasta los barrigudos del equipo de los casados.

Defendemos bien pero no la metemos. No sabemos meterla ni a puerta vacía. El Dépor atacó, empujó y se equivocó muchas veces buscando la banda cuando por el centro había mantequilla derretida. Pero aún así las tuvo. Lo menos media docena clara antes de los tres goles. No pido que Juanjo sea Villa. Sólo que las empuje como se supone que debe hacerlo un delantero que el año pasado marcó 21 goles.

Me pregunto cómo lo haría. Enviaré a Iker Jiménez el expediente de este misterio del futbolista que se transformó en Sor Citroën. Le da pena apalancar el pie con fuerza para que el balón entre, ponerlo siquiera. Se apiada del portero rival, piensa en los hijos de se pobre hombre enguantado y se desmaya como una marioneta articulada a la que le sueltan las cuerdas de golpe. El Dépor va tirando pero no puede ser tan benévolo en punta porque otras veces no habrá ni tres ni cuatro. Sólo tendremos una y habrá que conseguirla o perderemos el partido, con suerte lo empataremos.

Sueño con ver a Juanjo descoser, qué digo, reventar un balón de un puntapié y que dé la vuelta al ruedo con los esféricos restos mortales en las manos, hechos un guiñapo irreconocible, rebozándonoslos por la cara a quienes creemos que le falta maldad para jugar a esto, cojeando por llevar el empeine de la bota descosido de la suela a causa del feroz patadón. Histórico momento. Ese día seré feliz, aunque sólo marquemos ese gol, aunque perdamos porque el rival no sea inofensivo como lo era el de ayer, unos canarios que no habían cambiado la hora porque no sabían ni dónde estaban.

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