lunes, 21 de marzo de 2011

El florista anal

En el fútbol, la gloria y el fracaso están separados por una línea más que fina, casi transparente. La historia rebosa de renglones torcidos que acabamos olvidando mientras el trofeo se pudre en la vitrina equivocada. Otras veces, esas mismas líneas se quiebran para hacer justicia, como cuando Casillas sacó el pie milagroso en el mano a mano con Robben o cuando Jacobo tuvo un plan y lo ejecutó en Torrelavega.

En el partido del Dépor contra el Vecindario, algún espectador mostró su ostensible desacuerdo con el cambio que Terrazas hizo en el minuto 58 del partido, con 0-0 en el marcador. Nico entraba por Oya y un sector (no muy numeroso) del respetable protestó porque una cosa así era entregar presencia en el centro del campo, aparentemente teñido de morado sin problemas. Una parte del público prefería esperar lo que parecía inevitable. Terrazas creyó por contra que había llegado el momento de acelerar aquello.


Dos minutos después, Ernesto abría el camino de una goleada. No dio tiempo a que Nico sudara sus primeras gotas o se colocara correctamente las espinilleras. Fue casualidad. Sin embargo, Terrazas aplacó por la vía de los hechos el rumor surgido de la ansiedad que empezaba a reinar en el graderío. En castellano antiguo: se sacó una flor del culo.

Dos semanas después. Partido contra el Badajoz. Sufrido empate a uno en el marcador. Juanjo se arrastraba por el césped del Escartín con una más que visible cojera que lo había transformado en un aparador en el ataque morado, un caracol entre liebres. Se quedaba, no perseguía al que sacaba el balón, acompañaba con dificultad la jugada, no podía esprintar ni con un búfalo en celo resoplándole en las cervicales. La grada era un clamor pidiendo el cambio. Si había alguna duda era desgarro o tirón. En estas estábamos cuando en una de las jugadas en las que se quedó arriba le cayó el balón en su pierna derecha, la que no estaba coja, y desequilibró el marcador para que el sueño del play off no se marchase de casa.

Era el minuto 72. Justo cuando empiezan los nervios, la tromba sin intelecto, la jugada arrebatada, el querer y no poder, aquello de "más corazón que cabeza". Dos minutos después del gol, Juanjo se fue a que le amputaran la pierna izquierda y entró Badía en su lugar. Un cojo severo había resuelto el partido al filo del minuto 75, que es cuando los empates empiezan a descomponerse y apestar a derrotas.

Resulta que cuando las cosas están de salir tiesas no se tuercen. Da la impresión de que Terrazas no tiene una sola flor en el ano, sino que la cosa va cogiendo ya cuerpo de ramo: dos partidos consecutivos que se complican, dos decisiones controvertidas y dos goles que disipan los nubarrones, limpiacristales para esa luna transparente que divide el estrépito del olimpo.

Siempre he defendido que los entrenadores deben ser dueños de su destino porque son los más sensibles a la pañolada blanca, los que primero caen cuando la suerte te escupe a la cara. Por eso hacen bien en pretender que nadie les mangonee. Hay veces que incluso lo consiguen. Pero también sostengo que Terrazas vive en un alambre porque como se deje de ganar en dos partidos seguidos la grada se acordará de lo que tiene en el trastero y le enviará la factura con IVA e IPC sumados.

Estamos en la jornada 30 y su ojete florece con la exuberancia de un almendro reventón. Que dure toda la primavera, míster. Riégalas bien.

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