Congelado estoy ante la confesión completa de Perkins reconociendo que le tocó a él la cesta de frutas durante el sorteo del descanso. Sinceramente, es excesivo. Al reflexionar sobre la minúscula probabilidad matemática de que el Dépor alcanzase el liderato nunca creí que la casualidad podía llegar hasta este punto y mucho menos que ambas cosas pudieran ocurrir el mismo día porque es completamente imposible. Proclamo mi más absoluto escepticismo, mi sospecha mucho más allá de la duda razonable. Que yo sepa, al calvo de la lotería nunca le ha tocado el gordo (salvo el de ser elegido en el casting para interpretar el anuncio).
No, no y mil veces no. Queremos limpieza en el sorteo, fruta lavada y reluciente y no esta merienda de negros. Nuestros hijos también tienen derecho a esas piñas, melocotones y peras. Podemos tolerar que la genética haya creado sandías cuadradas o sin pipas. Hasta ahí vale. También que los franceses nos vuelquen algún camión en la frontera de vez en cuando. Pero no, amigos. No podemos consentir que la mafia frutera campe a sus anchas por el Escartín porque se empieza por un sorteo para probar nuestras tragaderas y se acaba vendiendo melones chinos de contrabando en la puerta del IFA o trapicheando en las puertas de los colegios con higos turcos sin garantía sanitaria.
La Fiscalía Anticorrupción no puede permanecer ajena a esta conspiración. Debe actuar con prontitud, dando un castigo ejemplar. Países como Macedonia deberían proponer una resolución a la ONU y nosotros encadenarnos a las cancelas de Mercamadrid. Esto es un ultraje, una farsa ante la que La Piña Morada no debe ablandarse, porque es obvio que la confesión sólo pretende atenuar un hecho imperdonable y que una piña blanda no ayuda al tracto intestinal. Queremos una investigación ya, que se depuren responsabilidades, llegar hasta el güito de la cereza. Hay que expulsar del cesto a la manzana podrida. Perkins ha ido demasiado lejos. Alguien debería pararle los pies antes de que se cuele en otra portería.
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