martes, 28 de junio de 2011

Al cielo desde el bendito infierno

Ellos nos aplaudieron. Nosotros les animamos. Emocionante. Para recordarlo toda la vida
Confieso que yo era de los que tenían más bien poca fe en superar la eliminatoria en Anduva. En el descanso, el bar de la esquinita que nos asignaron en el estadio era un ir y venir de caras largas, como de resignación. Otra vez nos habían plantado un centro del campo duro y rocoso, muy difícil de superar raseando el balón. De nuevo estábamos pegando pelotazos arriba y nuestros delanteros se mataban corriendo bajo un calor asfixiante.


Para llegar al partido tuvimos que atravesar un trigal agostado. Me pareció ver un par de ranas con cantimplora. Vente al norte, dicen. Estarás fresco. 38 grados, manguerazo tremendo al tapete que tiene ese campo de recuerdo eterno por césped. Cantábamos de la hostia. Desde una hora antes. Llegué a pensar que nos agotábamos a destiempo, pero qué coño, había que hacerlo. Hasta creí que se nos oía más que a ellos. Después, gente que vio el partido desde el otro lado me confirmó que ni de coña. Porque estos de Miranda cantan, arman un ruido infernal y se plantan de pie a medio metro del banquillo para que sientan el calor en el cogote los que pueden jugar después.

Anduva es un campo pequeño y cerrado, una especie de mini San Mamés. Vetusto, añejo, con aroma a barrica, hecho de retales por sus cuatro costados. Allí huele a fútbol. Si había un lugar ideal para hacerlo era ese, con sus jodidas vigas metálicas en medio de tu ángulo de visión, con esa techumbre baja que casi no te deja respirar, que te ahoga. Con el campo ya lleno se veían colas interminables en las puertas, y en el lateral que ocupábamos nosotros. Los escalones del graderío están mordidos por el tiempo, por los partidos vividos y los saltos dados, con ese aspecto de frontón vasco o de estadio inglés de los setenta. Es una olla roja ardiendo a mil grados, la mismísima caldera de Pedro Botero pero llena de gente que adora a su equipo y que respeta al rival. Eso es amar el fútbol.

Si había un escenario perfecto para la épica era ese. Horas antes llegas a la ciudad y no ves un puto edificio sin la bandera roja y negra en alguna ventana. También en los bares y en los escaparates de las tiendas cerradas. Con total naturalidad te decían que iban a ganar, que iban a ascender porque estaba escrito y porque lo deseaban todos. No se les veía miedo ninguno. Son una ciudad para un equipo, lo más natural del mundo cuando no tienes mucha competencia alrededor y cuando sientes los colores al margen de la categoría en la que estés.

No como aquí, con tantos seguidores de segundas nupcias, tanta gente que te pregunta el lunes lo que hizo el Dépor el día anterior. Al caminar por Miranda en un día como el domingo sabes que lo tienes muy jodido. Se acercaban al campo con decisión, cruzando el trigal a toda pastilla. Los tíos te adelantaban por una vereda más estrecha que mi brazo. Se te colaban a derecha e izquierda pisando las espigas con cuarenta grados de temperatura. Tenían prisa por acabar rápido con nosotros y se notó en la primera parte.

Ese Pablo Infante es un invento del diablo. Le llega el balón y el tiempo se detiene. La gente murmuraba, como si fuera él en lugar de Aníbal el que tenía un plan. Con aerotaxi o sin él había llegado de su propia boda para quemarnos en la hoguera del infierno de Miranda, un manto totalmente rojo y apretado. Otra vez se enzarzaba con Antonio Moreno, como pasó en el Escartín, sacándole el pecho sin menguarse.

Al principio animábamos como cabrones. Antes de empezar silbamos a un tío que salió con una cabeza de gato, sujetando un cartel que decía no se qué de que iban a ascender ellos. Luego a un jabalí. Ahí no paraban de salir bichos, como Mújika, que metió un pase atrás jugándose los cojones allá por el cuarto de hora. Lo recibió otro que lo metió por la escuadra. Reaccionamos y cantamos durante un rato, pero enseguida nos dimos cuenta de que eso era ¿imposible?

Veías salpicar los charcos a contraluz y a los nuestros ahogarse en ellos, incapaces de entrar al remate en un par de coladas por banda con las que no dimos ni medio susto. Enseguida empezaron las tarjetas absurdas en balones disputados por alto de poder a poder. Resultaba que siempre eran los nuestros los que sacaban el brazo. Entonces tú crees que no es posible, que vas a salir de Anduva como entraste, con cara de perdedor.

Pero llegó el descanso y quizá una nueva charla milagrosa de Terrazas. Se la jugó, valiente, dejando a tres en defensa. Quitó a Antonio Moreno antes de que lo hiciera el árbitro, y la hinchada nos preparamos mentalmente para el 2-0. Allí. En pie. Chorreando sudor que ya forma parte de ese cemento roto del extremo de la grada lateral de Anduva (Dios, qué gran nombre para un estadio como ese, donde casi nadie se sienta, donde sólo ves un imponente mosaico rojo en cualquier sitio donde fijes la mirada). Pero no llegó el segundo. Aunque cedimos algún que otro contraataque aquello empezaba a tener otro color.

Por eso empatamos y, justo en ese instante, todos supimos que íbamos a conseguirlo. Faltaba poco. Faltaba un gol. Pero la fe mueve montañas. La grandeza del fútbol quiso que Ernesto pudiese reparar su estúpida expulsión de Sevilla. Celebré el gol cuando lo hizo el tipo que tenía detrás, que sí había tenido arrestos para mirar el tiro de Ernesto. Después, teníamos a Quesada saltando tres veces más que Lambarri en medio de la olla del área de Saizar. Nervios. Uñas mordidas hasta el hueso. Sudor indescriptible por lugares inconfesables. Miedo a que la gloria durase poco.

Creo que llegué a flotar a un palmo del cemento descascarillado de esa bendita grada en la sauna de Anduva. Flotar de pánico porque no podíamos caer. A Infante se le concedió una última falta a 20 metros de portería. Es lógico. Siempre pasa. Antes de que lanzase le miré mientras colocaba el balón. Y me vino el destello feliz, de paz infinita: el mito siempre falla el penalti decisivo. La historia siempre le reserva el papel de villano al mejor futbolista.

Iba a pasar una vez más. Antes de que tirase yo ya había visto ese balón estrellarse en la parte alta de la red que protege la grada, a más de cinco metros del suelo. Envié allí la pelota con la mirada. No perdía nada por intentarlo porque estaba levitando de miedo desde hacía diez minutos. Infante la puso donde yo clavé la vista, donde la clavamos el medio millar de morados que cruzábamos los dedos y mirábamos a un cielo que ya podíamos tocar.

Después vino lo mejor, los jugadores corriendo hacia nosotros con sus caras extenuadas, los manteos y los cánticos. Terrazas con una peluca blanca, Germán volando por los aires con toda su humanidad, los antidisturbios que echaron a Perkins antes de empezar mirándonos con su desproporcionada frialdad.

Y el agasajo mutuo entre dos aficiones que se reconocieron y respetaron en ese partido legendario. Ninguno habíamos estado en Segunda jamás. A ambos nos jodía que el de enfrente fuera la víctima en medio de nuestra felicidad. Pero así fue. Y yo lo oí y lo vi. Porque yo estuve en Anduva, sudando y gritando hasta que perdí las cuerdas vocales. Nadie debería olvidar ese nombre nunca. Anduva. Un rojo infierno desde el que alcanzamos a tocar el cielo. Para siempre.

Fijaos en esa grada. Eso es Anduva

Creo que las dos fotos son de Nando Ruiz, de Guadalajara Dos Mil. Si me equivoco que me perdone el verdadero autor. He guardado tantas estos días que tengo un jaleo de cojones.

5 comentarios:

  1. coronel, ver imágenes del partido después es casi tan emocionante como leer este memorable artículo. yo no puedo expresar con palabras lo que viví en Anduva. Ni lo que acabo de sentir leyendo esto.

    ResponderEliminar
  2. Terminar de leerlo y darte cuenta de que estabas llorando...dice mucho. Gracias por escribir cómo lo viviste y sentiste, tu al igual que el Dépor eres grande..no de Segunda..sino de Primera!

    Un saludo!
    ¿?

    ResponderEliminar
  3. Coronel, sublime. Tanto como aquella tarde inolvidable en Anduva.

    Capitán Willard.

    PD: A mí también me recordó a San Mamés, el templo del fútbol.

    ResponderEliminar
  4. muy buen comentario ,eres un crack,como me jodio no poder verlo junto a ti,por la incongruencia de un subnormal

    ResponderEliminar
  5. Hola soy Nando, el autor de la foto de Ernesto celebrando el GOOOOL del Ascenso; Coronel cuando bajes fotos apúntate el autor eh??. Es la primera vez que entro en este sitio, buen trabajo.

    Apunte publicitario: Si queréis ver mas fotos, tanto del partido como de las celebraciones, entrar en www.guadalajaradosmil.es en GALERIAS DE FOTOS.

    Salu2 a todos los Dxtivistas

    ResponderEliminar