Muy bonito, pero utopía al fin y al cabo |
Porque tú eres de los que creen que se agarrará una tajada durante el banquete que hará historia, que si el vermú, que si el vino blanco con el pescado, que si el tintorro con el corderazo, que si la barra libre... Tú piensas que además estarán en la boda todos sus compañeros del Mirandés, como es lógico. Que irán al hotel a darle la serenata hasta las cinco de la mañana, apurando las últimas botellas de Freixenet calentuzo bajo la ventana, tirados en los jardines del aparcamiento.
Ya te estás imaginando a Alaín Arroyo orinando en el seto, con ese tambaleo tan característico de la madrugada, bufando por la nariz como un buey, con una de las solapas de la camisa fuera del pantalón y la corbata anudada alrededor de la cabeza. También al portero Wilfred, tirado en el césped como una cucaracha y gritando frases soeces, exhortando al novio a la hazaña sexual, con la risa floja. Y llamando a voces al camarero para que el ponga el último güishhhquito, joderrr. También ves al novio, diciéndole a su enamorada: "fuguémonos a Brasil, cariño ¿Ahora? Sí, ahora mismo. Pero... Ahora o nunca. Hagámoslo". Así, al día siguiente, todos hechos trizas y el capitán sin aparecer. Coser y cantar. Un 0-6 de libro.
Nada de eso sucederá. Ningún futbolista del Mirandés estará en Zafra a excepción del novio. Pablo Infante asistirá a la ceremonia con su impoluto traje de chaqué hecho a medida y tendrá un menú especial en el banquete a base de verduritas a la parrilla y un filete a la plancha, sin patatas ni nada. Para beber, agua mineral sin gas. Como las mesas de boda tienen faldones largos, llevará los pantalones cortos puestos debajo y a las doce en punto saldrá corriendo y perderá una bota por la escalera del restaurante.
Lo meterán en un Hammer de cristales tintados que saldrá derrapando de allí con destino a un jet privado, que partirá rompiendo la velocidad del sonido hacia un aeródromo de Miranda de Ebro. No más tarde de la una estará durmiendo a pierna suelta en un lugar ultrasecreto, cerca de Anduva, quizá en el mismo estadio. Descansando, con su novia (ya esposa) a 600 kilómetros de distancia para evitar esas tentaciones que tanto desgastan físicamente a un recién casado.
Más vale que no te hagas ilusiones, borracho del tres al cuarto, salido incurable. Pablo Infante no es como tú o como yo. Él volverá a ser un peligro el domingo por la tarde. No verá dos Antonios Morenos ni dos balones correteando sobre el césped. Tampoco será capaz de encender una barbacoa con el aliento ni le temblarán las piernas de probar posturitas la noche anterior. Eso te pasaría a ti. Los futbolistas están hechos de otra pasta. O eso dicen.
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