martes, 4 de octubre de 2011

Alucinaciones en tres colores


En vísperas del partido de Riazor, Aníbal contestaba torpemente en una entrevista a la prensa gallega (creo recordar que a La voz de Galicia) que la Segunda B es un pozo, dando a entender que el supuesto interés de la selección mexicana por él se debe a su militancia en la categoría de plata del fútbol español, lo que parece descartar su valía como argumento de la llamada de la tricolor. Como si la Segunda española fuera la requetehostia y él hubiera estado preso en su vida anterior por un fallo del sistema operativo del fútbol.


No seré yo quien le seque el sueño húmedo de competir por la plaza con Chicharito (ejem), aunque su reproche a la Segunda B coincide tangencialmente con el discurso oficial de Terrazas, según el cual los escalones en los que se divide el fútbol son diminutas planchas cuya altura se agranda artificialmente en virtud de trucos comerciales, impostores de la realidad misma.

Aunque convendrá Terrazas conmigo en que algo tendrá el agua cuando la bendicen, no le puedo quitar toda la razón en su idea. Miras la tabla de Primera y ves al Levante ahí arriba con un entrenador llegado del Cartagena y te planteas cuántas toneladas de talento han quedado y quedan por descubrir, cuáles son las leyes por las que cualquier habilidad acaba destapándose en lugar de permanecer camuflada entre la muchedumbre.

De la misma manera que Van Gogh no vendió un solo cuadro en vida, muchos entrenadores y futbolistas desarrollan sus carreras en la ignota Segunda B sin que un ojeador o un ascenso lo remedien. Es indudable que un porcentaje incalculable de los 500 jugadores de Primera podría ser sustituido por futbolistas de otras categorías, aunque tampoco conviene restarles méritos por haber llegado ahí, ceñirlo en exclusiva al dominio del marketing balompédico. Es decir, que no están todos los que son aunque seguramente son todos los que están por la sencilla razón de que no hay sitio para todos.

La matraca del interés de la tricolor por Aníbal es la metáfora de una aventura que me empieza a sonar al bombo de Manolo, pesada percusión de fondo que acaba por trepanarte el tímpano y licuarte la sesera. El liderato del Dépor y su calentorro foco mediático “comercial” subsiguiente, han venido a desafinarnos en la idea original con la que ascendimos. Al estilo de las soflamas cubanas, lo nuestro debía ser trabajo y sacrificio, modestia y sorpresa, resistencia y aprendizaje. El efímero primer puesto ha facilitado nuestra incursión en ese fútbol de titulares, de historias de cajeras del Carrefour que aciertan una primitiva y se instalan en La Moraleja de vecinas de consejeros delegados del Ibex 35.

Casualidad o no, ha sido ponernos delante de las cámaras, al impacto del flashazo y la entrevista planetaria, y palmar por 4-0 con una saca de goles en diez minutos. Vamos a ver ahora cuál es el agujero que tanto fulgor nos deja en la moral, las secuelas del viaje de LSD que nos hemos pegado para alucinar en tres colores. La teoría de Terrazas del fútbol comercial como papel lija del fútbol auténtico omite el hecho de que para esa vida de promoción y palabrería, posado y distracción, hay que valer. Que de nada sirve ponerse un traje de Armani si no estás cómodo dentro, si esa joyería te entretiene hasta desviarte de tu verdadero cometido. Existen muchos caminos para llegar a un destino. No confundamos el nuestro.

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