lunes, 3 de octubre de 2011

Al estilo Dragster


Para los menos aficionados al mundo del motor, las dragster son unas carreras muy del gusto de los estadounidenses en las que dos coches generalmente ligeros de carrocería compiten en aceleración pura por ver cuál alcanza primero una meta muy cercana a la línea de salida (200 o 400 metros). Las carreras duran unos segundos. Los coches, a veces antiguos modelos de los años 40 y 50, están provistos de motores con una potencia casi de cohete y se las ven negras para no levantarse del tren delantero y perder el equilibrio lateral. En realidad, la emoción está ahí, en ver si los pilotos se estampan contra el muro o acaban la mini prueba de cuerpo entero.


El sábado, una de estas arrancadas que dejan las ruedas abrasadas en el asfalto dejó al Dépor clavado en la línea de salida. A los mandos de un viejo Studebaker modelo Valerón del 75, el Deportivo de La Coruña dejó nuestra arrancada en la de Vespino sin trucar. Conclusión: 3 goles en ocho minutos. Ese mismo Studebaker era el que se había quedado tieso la semana anterior, en Alcorcón, durante una prueba similar.

Y es que no comprendimos lo esencial, que Valerón es el Messi de segunda. Puede que esté algo mayor pero no se le ha caído el talento a la escollera de la Torre de Hércules. Parecimos olvidarlo. Le dimos tantos metros que nos hizo no un traje, sino un ropero, con ellos. La verdad es que el Dépor llevó la iniciativa de principio a fin, aunque cabría preguntarse si eso era lo más inteligente en este caso: rival con gran calidad técnica, herido por la humillación de la jornada anterior y apremiado por la necesidad de que no se rompiera la tabla de su salvación, porque con cuarenta y pico millones de presupuesto, o sube o sube.

Desde el principio dio la impresión de que estábamos dispuestos a hacer un bello cadáver, como propagaba James Dean antes de dejarse la vida en una carrera contra la edad a bordo de su Porsche Spyder 550 recién puesto a punto. Éramos el rival exacto para que el Superdépor se congraciase con su multitudinaria afición. Hicimos exactamente lo que le convenía, como hizo unas horas más tarde Codina, el portero del Getafe, que adornó el golazo de chilena de Julio Baptista con una palomita circense que queda de lujo en los videos. Luego se intercambiaron la camiseta.

Hay veces que el adversario parece conchabado contigo, empeñado en aliñar con pinturas de épica los dibujos de carboncillo al natural. En Riazor había 30.000 gargantas sedientas de venganza, resueltas a poner el pulgar hacia arriba o hacia abajo como en el Coliseo romano. Oltra tiene mucho que agradecernos desde la cabina acristalada en la que vio el partido. Al igual que sucedió en Villarreal no nos conformamos con el papel de Cenicienta, quisimos asistir al baile de gala. Pero el baile fue el de un maduro futbolista canario que ha estado en dos Eurocopas y dos Mundiales, cuatro grandes citas más que cualquiera de nuestros jugadores escogido en un sorteo ante notario.

Hay tipos que se ganan la vida maquillando cadáveres. El Dépor fue a Riazor con los pies por delante, al suicida planteamiento de dejar a Valerón pensar y actuar a los mandos de un viejo Studebaker que aún puede ganar alguna que otra dragster. Una vez tumbados en la camilla, los muertos no protestan, se dejan dar sombra de ojos y pintalabios o ponerse ropa interior de cupletista, lo que le dé la real gana al funerario. El Dépor quedó precioso en un cuarto de hora, muerto perdido, sí, pero guapísimo con sus cándidas ganas de querer el balón y de abrir pasillos palaciegos por todas partes a costa de buscar la portería rival.

Entre los defensas y el centro del campo cabía un portaviones por cuya cubierta corría Soria como alma en pena, persiguiendo a un obús de la segunda Guerra Mundial presuntamente desactivado, un tío que hace lo menos 10 años era el Iniesta de turno y que ahora, como entonces, alterna mortales ráfagas de arma automática con siestas de pijama y orinal. Porque Valerón es como Curro Romero, capaz de ponerse un vitorino prendido en la solapa o salir huyendo de una cabra afeitada. Todo depende de que le guste lo que ve y el sábado veía un trozo de campo del tamaño de Ohio entre el redondel y la defensa. Demasiado grande para no correr, demasiado tentador para no gustarse y reivindicarse ante un Riazor a reventar.

Lo que pasó en ese estadio cabía dentro de lo posible porque el rival tiene media docena de jugadores que entrarían en cualquier equipo de Primera, menos en los dos de la liga interplanetaria. Lo difícil de entender es que vayas a su casa, cruces la puerta sin pedir permiso y te pongas a llamarles de tú, porque te devuelven a casa con los ojos a la funerala y la cara más hinchada que un pez globo. El partido entre el Levante y el Madrid puso a teóricos de media España a especular sobre si era decente ganar así. Realmente lo es más jugar como el Brasil de Pelé, pero hay días que no te sale, sobre todo si eres el Levante y juegas contra el Madrid. O si eres el Dépor y juegas contra una plantilla de Primera.

Bastaron 8 minutos de aceleración salvaje para devolvernos a nuestra liga, que no es la de tutear a Valerón por muy bonito que haga querer jugar sin complejos sobre el césped de un campo con 40.000 butacas casi lleno, por mucho que la afición rival aplauda tu voluntariosa imitación de un líder. Bienvenidos al planeta Tierra. Se acabó la aventura espacial. O apretamos el culo y cerramos bien los huecos, presionamos y vamos de humildes regalando el balón cuanto proceda o nos caerán goleadas peores contra equipos que sí se quieran ensañar, contra otros valerones que no se conformen con correr solamente durante un cuarto de hora, con disputar una dragster para redimirse de una goleada sufrida la semana anterior.

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