lunes, 6 de diciembre de 2010

Terapia contra la Xantofobia: el amarillo puede traer suerte

Si hay una cosa en la que cree Dporvida es en la crítica constructiva. Una vez detectada la enfermedad de Carlos Terrazas, la xantofobia o temor irracional al amarillo, ha llegado el momento de ayudarle. Lo primero es conseguir que nuestro entrenador se familiarice con un color que se asocia a la luz o a la inmensa belleza decadente del paisaje otoñal.

De hecho, el origen de la mala suerte del amarillo está circunscrita al teatro y es bastante reciente. Jean-Baptiste Poquelin, alias Molière, murió representando "El enfermo imaginario" el 17 de febrero de 1673 vestido de amarillo. Es decir, el amarillo había gozado de una cierta buena fama hasta hace poco más de tres siglos debido a su similitud con el oro o a su representación del sol. Desde la muerte de Molière, la mala suerte aparece vinculada a él, a veces de manera genérica, pero muy especialmente en el mundo de la escena, hasta el punto de que está terminantemente prohibido acudir a un estreno con alguna prenda de este color.


La decisión de la FIFA de amonestar a un jugador con tarjetas de este color se remontada nada más que al Mundial de México de 1970 después de que en el campeonato anterior, el de Inglaterra 1966, se produjera un desacuerdo tras un partido del equipo anfitrión sobre las advertencias verbales con las que el árbitro castigaba los excesos de los futbolistas.

Sin embargo, apreciado entrenador, el amarillo en el deporte y en otras facetas de la vida puede ser considerado también un sinónimo de buena suerte. De amarillo ha vestido siempre el líder del Tour de Francia y de la Vuelta a España (hasta esta última edición). De amarillo viste la selección brasileña con sus cinco títulos mundiales. De este color era la segunda equipación de España con la que levantó la Eurocopa 2008. También los Angeles Lakers, el segundo equipo más laureado de la NBA con 16 anillos, viste de amarillo en los partidos que disputa en el Staples Center, algo que tiene mayor interés si miramos las dos piezas de sus cheerleaders que la camiseta de Kobe Bryant.

El amarillo, respetado Faemino, es el color de la más rutilante estrella de los dibujos animados, Bob Esponja. De amarillo empezaron a pintar todos los taxis de New York después de que un listillo llamado Harry N. Allen colorease así el suyo al percatarse de que sería visible desde más lejos. Amarillo era el submarino de los Beatles, que a punto estuvo de hundirles... en millones y millones de libras esterlinas.

Gracias al azafrán, amarilla es la paella que nuestra madre nos hace los domingos con sus gambitas, sus mejilloncitos y sus anillos de calamar fresco. Queremos a la madre que nos parió y ninguno le pedimos que la tiña de verde. Tampoco cambiamos la paella por un perrito caliente en el descanso. Nos la comemos aunque se nos llene la tripa de granos.

También Jackie Chan es de este color y tiene la cuenta corriente reventando billetes de dar mamporros. De amarillo pintan Ferrari y Lamborghini muchos de sus coches y no los despreciamos cuando nos los regala el banco al abrir una cuenta ahorro con 100 euros. También Van Gogh pintó una casa amarilla y unos girasoles que todos querríamos tener colgados en el salón o subastados en Christie's al mejor postor, un jeque árabe podrido de petrodólares.

Porque en la vida, Faemino, hay color amarillo a raudales. Y nadie cambia un paseo otoñal por el hayedo de Tejera Negra o el barranco del Río Dulce porque sea de este color. Todo lo contrario. Lo buscamos. Nos damos de ostias por ir entre septiembre y octubre. Amarilla era la prensa de William Randolph Hearst y se hizo rico o los Simpson, la fábrica de moneda y timbre de Matt Groening.

La etiqueta de JB es amarilla y no lo escupimos hasta la mañana siguiente, convencidos del amarillo pero no del JB. Nos lo bebemos y pagamos gustosos a cinco, seis y hasta diez pavos la copa. Y no le pedimos al camarero que quite la etiqueta. Si acaso le pedimos otra ronda de lo mismo, y algunos hasta lo mezclan con refresco de limón. Los hay que hasta quieren que ese refresco sea una Mirinda, ya ves tú qué cogorza.

Don Carlos, el amarillo existe en la naturaleza, está en nuestras vidas. No hay por qué sustituirlo, simplemente dejarlo estar. El sol es amarillento y no se nos ocurre apagarlo porque entonces tendríamos que vender el frigorífico, y nadie lo querría comprar con todos esos imanes pegados a la puerta y esas cubiteras oliendo a pescado.

Amarillenta es la arena de la playa y no las podemos asfaltar porque no agarraría el alquitrán. Tampoco las podemos plantar de césped como siempre he querido porque se seca con la sal marina. Y tampoco podemos desalar el mar porque sería un trabajo de chinos y la mayoría de los chinos trabajan ya 20 horas y no tienen tiempo para más y otros chinos que sí tienen tiempo, como Jackie Chan, no van a querer hacerlo a ocho euros la hora que es lo que viene a cobrar un peón de asfaltados y reasfaltados ahora con la crisis.

Déjalo estar, Faemino. Deja en paz al amarillo. Hace su función. No se mete con nadie y a algunos incluso les trae suerte. Prueba a que un jugador acabe el partido con una tarjeta amarilla. Igual te sorprende y no lo echan. Quizá ese día hasta ganemos el partido por no poner a laterales de interiores, a extremos de medios centros y a utilleros de arietes, por no quitar a los que mejor lo están haciendo. Dale una oportunidad al amarillo. También dicen que es el color de la amistad y yo quiero conservar la tuya.

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